lunes, 25 de marzo de 2024

Semana Santa: Amor y Servicio




Comenzamos a vivir la semana más importante, la Semana Santa, conocida antiguamente como la Semana Mayor.

Tradicionalmente se resalta el sacrificio de Cristo. La gran mayoría de las personas, tanto creyentes como no, tiene noción del sufrimiento y la agonía que fue para Jesús la muerte en la cruz. Además, películas como La Pasión lograron que ese suceso sea conmovedor para todo el mundo.

Muchos creen que es la parte más importante de las celebraciones católicas, a tal punto que ya sabemos o al menos creemos saber todo lo que va a suceder. Nuestra tendencia a precipitarnos sobre el relato nos hace asumir que aquel sacrificio cruel fue solo los que nos salvó pero tenemos que tener en cuenta que la historia no termina allí.

Les propongo intentar descubrir el motivo de aquel evento y encontrar algunas pistas para vivir esta semana tan interesante y tan intensa.

Una de las pistas está en el relato de Jesús Buen Pastor en el evangelio de San Juan (Jn 10, 11 - 15). Podemos encontrar muchísimas imágenes o interpretaciones que evocan elocuentemente esta parábola, por ejemplo: Jesús cargando una oveja sobre sus hombros o cuidándolas de posibles peligros, solo por nombrar algunas. Pero no vamos a quedarnos con la tierna imagen de sabernos ovejas en brazos de Jesús.


Vamos a centrarnos en la comparación que hace Jesús entre el asalariado y el buen pastor. Para ello te animo a meterte en la escena, en la piel del personaje, vamos a vestirnos de asalariados por un momento. Y aquí no vamos a sacar conclusiones buenas o malas ni mucho menos señalar que está bien ni que está mal. Vamos a dejar que la Palabra del Señor nos interpele. Un asalariado, en esta parábola, no solo se refiere la persona que presta un servicio voluntario a cambio de una retribución. Apunta más bien a una relación contractual. Nos imaginemos que nos vinculamos con Dios de manera similar a la pactada con un jefe, con un superior, con la persona que nos ofrece un trabajo. En el fondo este tipo de vínculo responde a una antigua imagen de Dios-amo, que sin darnos cuenta puede estar vigente en el fondo de nuestra fe. Es decir, yo establezco un contrato, podemos decir un acuerdo con Dios. Donde Dios me dice que debo hacer, cual es la tarea que debo realizar, yo la llevo a cabo, cumplo con ese pedido, y Dios me premia, ósea me da algo a cambio. La verdadera moraleja de esta parábola es que, como el asalariado, no estemos tomando en serio a las criaturas de Dios puesto que nuestro verdadero interés está en lo que vamos a recibir a cambio, luego de cumplir con la tarea encomendada.

¿Cómo podemos reconocernos asalariados y evitar una relación contractual con Dios? ¿Cómo puede madurar mi relación con Dios para no buscar algo a cambio mientras cuido sus ovejas? Pues mirando hacia la adversidad. Jesús contrapone aquí la actitud del buen pastor con la del asalariado. El asalariado huye, escapa, abandona. ¡y eso tiene sentido, pues lo que le interesa es el pago que debe recibir por su trabajo! no le importan las ovejas.

Por ejemplo, cuando afirmo: “Por Dios cuido enfermos, o ayudo a la gente que vive en la calle”. Podríamos preguntarnos: ¿En el fondo lo que estoy buscando es obtener el favor de Dios a través de ofrecer ese cuidado o en este servicio me encuentro con Dios y con el prójimo?  ¿Tenemos consciencia que las ovejas son las criaturas de Dios, y no de cualquier Dios?. Son criaturas de Dios-Padrenuestro. Esas ovejas son mis hermanos y hermanas. Jesús no es el buen pastor porque cuida a sus ovejas ¡Es el buen pastor porque no las abandona ante la adversidad! ¡las ama en la adversidad! El verdadero motivo de mi servicio tiene que estar movido por amor al prójimo, en solidaridad con él. Es fundamental entender esta disposición de amor, especialmente ahora que empezamos a vivir la Semana Santa.

Jesús asume el camino doloroso por amor a nosotros. Se interesa por nosotros, sus ovejas, nos ama profundamente. Ante la adversidad, Jesús nos ama y acompaña. Esto es impresionante, porque podremos entender que Jesús no es una especie de kamikaze que busca su muerte, ni tampoco es que se ofrezca como víctima expiatoria ante un dios cruel que necesita de sacrificios para poder perdonar. Por lo tanto, al afirmar que Jesús es el buen pastor que no huye ante la adversidad, que no nos abandona cuando las cosas se ponen feas, aquí encontramos la disposición necesaria para vivir intensamente esta semana: el agradecimiento sincero, vivir la gratuidad de su amor. Agradecer cotidianamente que nos ama hasta el extremo.

Este ejercicio de ponernos dentro de la escena, asumiendo los sentires y pensares de los personajes son una ayuda muy eficaz para descubrir la voluntad de Dios para mi vida. Son muy utilizados en los Ejercicios de San Ignacio. Lo vamos a usar una vez más: Esta vez con otro hecho conmovedor, otro gesto impactante de Jesús: el lavatorio de los pies (Jn 13, 4 - 15).


Como vimos anteriormente, siempre corremos el riesgo de quedarnos con lo que otros nos cuentan o interpretan de este relato. Por ejemplo, algunas cosas que solemos repetir porque escuchamos que otros lo dicen: cuán grande es la humildad de Jesús, se abajó a lavar los pies de sus discípulos, una tarea exclusiva de los esclavos, la clase baja y excluida de su tiempo.

Como lo hicimos al buscar la disposición anterior, aquí no vamos a corregir ni juzgar nada por correcto o no. Recordamos que buscamos la mejor manera de vivir los próximos días de semana santa.

En el relato del lavatorio de los pies nos encontramos con varios símbolos que nos pueden ayudar a encontrar una pista para vivir plenamente la semana Santa. Cuando Jesús se levanta para lavar los pies, se sacó el manto, cuyo significado se refiere al poder, a la realeza. Como dirá San Pablo en una de sus cartas, siendo de naturaleza divina abandona su divinidad para hacerse hombre. Es decir, se pone al lado nuestro. Cerquita nuestro. Toma el papel de servidor y con una toalla en la cintura se pone a los pies de sus discípulos.

A pesar que Jesús lo hizo durante toda su vida, ¡nos sigue resultando insólito! Aunque ahí entendemos mejor la reacción de Pedro, que en un primer momento responde “¡tu jamás me lavaras los pies a mí!”, como diciendo: no voy a permitir que el rey de reyes se convierta en mi esclavo,no voy a permitir que el Señor de cielo y tierra se humille. Jesús le responde algo así como: “si no lo hago, tu no podrás compartir mi suerte”. Y aquí hay otra pista. ¿Cuál es esa suerte que Pedro no podrá compartir con Jesús? Se refiere al vínculo que Jesús tiene con el Padre. En otras palabras, lo que nos está diciendo Jesús es: ¡tienes que dejarte amar por Dios! En palabras del Papa Francisco: tienes que dejarte misericordiar por Dios. Si no nos dejamos misericordiar o amar por Él, posiblemente caeremos en las imágenes de dios dictador, un dios ofendido y hambriento de sacrificios cruentos, donde se proyectarán nuestras imágenes distorsionadas de un dios que nos pide cualquier cosa menos nuestra felicidad.

Pedro, como en otras ocasiones, no sólo nos representa por ese sentimiento de reconocerse indigno de ser servido por Dios. También asume nuestra dificultad de dejarse ayudar. Aquí es donde nos interpela verdaderamente este relato.Nos cuesta reconocernos vulnerables, frágiles y necesitados de la ayuda del otro. Justamente, para dejarse ayudar, hace falta mucha humildad. Cuando ayudamos a otros nos sentimos útiles, activos, algunos dicen “ayudando me ayudo”, y esta bueno. Insisto que no juzgamos nada por bueno o malo. Pero debemos tener cuidado de no disfrazar el deseo de poder, o empoderamiento, con un gesto de ayuda o solidaridad. La moraleja de este relato nos lleva a reubicarnos ante el servicio a la comunidad de tal modo que no caigamos en trampas de jerarquías asfixiantes, o en un activismo o voluntarismo pero sin una mirada de servicio. No confundamos el servicio con utilitarismo, el servicio es una disposición del corazón. El servidor es aquella persona que no se convierte en el centro, que se preocupa por el otro, y cuando se ocupa del otro lo hace desde un corazón que ama y es sensible a las necesidades propias y ajenas.

Así como en el relato del Buen Pastor el protagonista fue el amor del buen pastor hacia sus ovejas ante la adversidad, el protagonista en esta ocasión es la experiencia de servicio vivida en comunidad donde la virtud no sólo está en ayudar sino en dejarse ayudar.

Estos dos relatos nos llevan a una última consideración. Jesús nos ama hasta el extremo, con un amor que se transforma en servicio. Ofreció su vida, como servicio, hasta el extremo y hasta el final. Solo nos falta confiar, en otras palabras, tener fe. Y aquello resulta una gracia que nos entrega Dios. Pero si la otorgase sin tener en cuenta nuestra voluntad de querer recibirla o no, sería una imposición. Por lo tanto, tenemos que desearlo, pedirle confiar en su consuelo y compañía ante la adversidad como así también en el servicio. Confiar y tener fe en su amor y misericordia.

Por ese motivo vamos a acercarnos a la palabra del Señor con serenidad y el deseo de que su palabra nos sorprenda. Quisiera que vivamos esta semana tan cargada de sentimientos y emociones desde el amor, la misericordia de Dios y la profunda novedad de su palabra.

En sintesís, la Semana Santa nos invita a reflexionar sobre el amor, el servicio y la confianza en Dios. Al hacerlo, podemos encontrar una nueva profundidad en nuestra fe y un renovado compromiso con el servicio desinteresado hacia nuestros hermanos.

Autor: Víctor Ramírez


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sábado, 23 de marzo de 2024

Meditamos el Evangelio del Domingo de Ramos, con Fray Josué González Rivera, OP



Isaías 50, 4-7 Sal. 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 Filipenses 2, 6-11


Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos (15, 1-39)


C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»

C. Él respondió:

+ «Tú lo dices.»

C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:

S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»

C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:

S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»

C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Pilato les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»

C. Ellos gritaron más fuerte:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

S. «¡Salve, rey de los judíos!»

C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»

C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:

S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»

C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:

+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»

C. Que significa:

+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

S. «Mira, está llamando a Elías.»

C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»

C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»


Homilía por Fray Josué González Rivera, OP


EL PODER DE DIOS EN UN MESÍAS CRUCIFICADO

Iniciamos la Semana Santa, una conmemoración de los eventos vividos por Jesús en Jerusalén según los tres primeros evangelios. En esta semana, la Iglesia nos insta a revitalizar nuestra fe y a sumergirnos de manera especial en el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. 


Este año, tanto la lectura de la bendición de los ramos como la narración de la pasión son tomados de San Marcos, el Evangelio más antiguo según los especialistas, escrito alrededor del año 70 d.C. Esto es relevante porque el texto sagrado presenta a un Mesías que cumple el plan de Dios para otorgarnos la salvación de una manera completamente inesperada.


En el siglo I, los judíos esperaban un Mesías que fuera rey, profeta y sacerdote, que los liberara de la opresión del Imperio y purificara a todo el pueblo, estableciendo así el reino definitivo de Dios. Por lo tanto, el Mesías debía ser poderoso y fuerte, capaz de superar a cualquiera de los enemigos del Pueblo de Dios. Jesús comenzó a cumplir estas expectativas con sus palabras y acciones, brindando esperanza a sus compatriotas de que el reinado de Dios estaba a punto de comenzar entre ellos.


El ministerio público de Jesús se desarrolló en Galilea y atrajo a personas de todas partes. Al tercer año de su vida pública, emprendió un viaje hacia Jerusalén, lo que entusiasmó a los judíos, ya que vislumbraron el momento en que finalmente se materializaría la utopía que tanto anhelaban, coincidiendo con la celebración anual de la Pascua judía, la festividad de la liberación de Egipto.


Sin embargo, el mesianismo de Jesús no cumplió las expectativas más revolucionarias del pueblo. ¿Qué tipo de poder ejerce Jesús con su mesianismo? En lugar de adoptar los símbolos del poder que dominan y conquistan, Jesús eligió los símbolos de un poder humilde y servicial. Este enfoque fue anunciado por los profetas, como Zacarías, quien predijo que el rey entraría montado en un asno (Zacarías 9:9), o como Isaías, quien describió al Siervo de Yahvé como un siervo sufriente (Isaías 42:1-4; 50:4-9). Al hacer una referencia implícita a estos relatos del Antiguo Testamento, San Marcos da sentido a la pasión de Jesús y la conecta con su forma de ejercer el mesianismo, el cual no buscaba venganza contra los enemigos de Dios y del pueblo, sino conversión y apertura hacia aquellos considerados impuros o pecadores, invitándolos a formar parte de la intimidad con su Padre Dios.


Jesús ejerció su poder a través del amor servicial y gratuito, no solo en su pasión y muerte, sino durante toda su vida; desde el momento en que se encarnó y habitó en este mundo, ese poder del amor para la salvación ya estaba en acción. Esto forma parte de la humillación y el abajamiento que San Pablo nos dice que Jesús experimentó para ser semejante y servir a toda persona humana. Además, aunque Jesús pudo ser consciente de la tensión que generaba con las autoridades políticas y religiosas al criticar un estilo de vida que marginaba a muchos, es posible que previniera el suplicio de la muerte que todo profeta enfrentaba en Jerusalén. Al darse ese dramático final en su vida, Jesús murió de manera fiel y coherente con su mensaje, con ese poder de entrega y servicio que predicó hasta el extremo.


El Mesías, el enviado de Dios, su Hijo, no es un ser poderoso que domina y se venga de sus enemigos. En Jesús vemos a un Dios que se hace humano, que se entrega y sirve gratuitamente a los suyos. Aunque esto pueda parecer un fracaso aparente, ya que el asesinato de Jesús parecía ser el fin de todo este proyecto, sabemos que este evento no marca el final de la historia. Dios no permanecerá en silencio resignado, sino que vendrá la resurrección, la exaltación de Jesús, que es la forma en que Dios reconoce la verdad y el propósito de este plan de salvación. Así, Dios mismo pronuncia su última palabra, una palabra de victoria y vida.


En tiempos de San Marcos, comenzaba la persecución, los apóstoles eran martirizados y las diferencias entre judíos y gentiles que se convertían al cristianismo eran problemáticas. Por lo tanto, el Evangelio busca señalar que Dios ha pronunciado su última palabra en Jesús, que podrá parecer locura y escándalo, pero detrás de ello está la vida terrenal y la vida resucitada de un hombre que confiaba en su Padre del cielo y de un Dios compasivo con todos nosotros.


Solo aquellos que también son capaces de vivir con esa confianza y compasión pueden comprender este mesianismo y su forma de poder reconocida por Dios. Por lo tanto, a pesar de las dificultades que puede presentar la vida y de las incomprensiones que puede padecer un cristiano, vale la pena seguir el camino trazado por este Mesías crucificado.


Hoy, también podemos esperar y creer en poderosos mesías políticos, religiosos o culturales que hagan realidad las utopías que parecen tener más sentido. Incluso podemos esperar que Dios mismo actúe con poder e irrumpa con su mano poderosa en nuestra historia, compartida o personal, que puede parecer llena de pura violencia y maldad. Sin embargo, Dios ya ha trazado el camino hacia la liberación y la felicidad plenas; el reino de Dios ya está entre nosotros. Parece que Dios elige la humildad y la entrega sencilla, pidiéndonos que estemos atentos a sus signos en medio de nosotros. Como discípulos y misioneros que seguimos a Jesús, estamos llamados a vivir e imitar esta forma de poder en el amor, el servicio y la humildad en medio de este mundo, revitalizando nuestra relación con este Mesías crucificado y dando testimonio de él, incluso si eso implica compartir la cruz de nuestro Señor.


La cruz no es un signo insuficiente, sino que se torna en victoria de Dios. Pidamos la gracia de volver a mirar a nuestro mesías crucificado y que podamos aprender a amar como él, dejando toda vanidad que quiere dominar y someter. Que podamos servir y entregarnos como nuestro Señor, descubriendo el sentido de la Cruz como medio para aquella vida plena que Dios nos promete. Que descubramos cómo comunicar esa vida en medio de este mundo que tanto necesita un sentido de vida y de esperanza, haciendo, como Jesús, la voluntad del Padre en nuestras vidas.  



sábado, 16 de marzo de 2024

Meditamos el Evangelio del 5° Domingo de Cuaresma con Fray Carlos Nieto Moreira, OdeM.


Jeremías 31, 31-34 Salmo 50, 3-4. 12-13. 14-15 Hebreos 5, 7-9

Evangelio según San Juan (12, 20-33)


Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”.


Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.


El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.


Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre:‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.


De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: “Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.


Homilía de Fray Carlos Nieto Moreira, OdeM. 


Queremos verte y probarte Jesús


Un grupo de peregrinos expresa su profundo deseo de conocer a Jesús. Lo dicen sin vueltas: ¡Queremos ver a Jesús! Hay quienes dicen que comenzamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús y que entendemos algo de la fe cuando nos sentimos amados por Dios. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vivir y morir? ¿Qué tendrá Él que nos atrae? Orando una primera respuesta, podemos decir que nos atrae porque nos ama, nos sana y porque nos ilumina: 


Te adoro (José María Rodríguez Olaizola SJ)


“Porque nos amas, tú el pobre.

Porque nos sanas, tú herido de amor.

Porque nos iluminas, aun oculto,

cuando la misericordia enciende el mundo.

Porque nos guías, siempre delante,

siempre esperando,

te adoro.


Porque nos miras desde la congoja

y nos sonríes desde la inocencia.

Porque nos ruegas desde la angustia

de tus hijos golpeados,

nos abrazas en el abrazo que damos

y en la vida que compartimos

te adoro.


Porque me perdonas más que yo mismo,

porque me llamas, con grito y susurro

y me envías, nunca solo.

Porque confías en mí,

tú que conoces mi debilidad

te adoro.


Porque me colmas

y me inquietas.

Porque me abres los ojos

y en mi horizonte pones tu evangelio.

Porque cuando entras en ella, mi vida

es plena

te adoro”.


Estemos siempre atentos en nuestra vida cotidiana para reconocer a los peregrinos que movilizan nuestra curiosidad para conocer cada vez más a Jesús. ¿Alguna vez te sucedió? Confíale tu gratuidad al Señor. 

También tengamos presente que, al centrar nuestra mirada interior o contemplación plena en Jesús, nos dejamos conmover por su vida entregada por un mundo más humano para todos. Jesús es un apasionado por el Reino de Dios.  Con la misma pasión nos llama, invita e interpela para servir, es decir, para colaborar y ser protagonista en su tarea. Una vez más, ser cristiano es estar donde estaba Jesús y ocuparse de las cosas que Él se ocupaba. En cada uno de nosotros, el Padre ve reflejado el rostro de su Hijo, así pues, también nosotros deberíamos ver a Cristo en cada uno de los demás. 

La idea de Jesús es clara: con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo que tiene que morir para producir fruto. Es lo que realmente dará fecundidad a la vida de todos. No se puede engendrar vida sin ofrecer la propia. Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las personas. Es esta solidaridad que nos cuesta mucha vida está presente la salvación y liberación. Salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre. ¡Esto no es de un día para otro! Para lograrlo hay que mirar a Jesús, hay que probarlo y, sobre todo hay que abandonarnos y confiar en Él. En la fecundidad de su Palabra como semilla verdadera. 


De casi a puro rezo (Hno. Fermín Gaínza)


Señor, cuando nos mandas a sembrar,

rebosan nuestras manos de riqueza: 

tu Palabra nos llena de alegría

cuando la echamos en la tierra abierta. 


Señor cuando nos mandas a sembrar, 

sentimos en el alma la pobreza:

lanzamos la semilla que nos diste

y esperamos inciertos la cosecha. 


Y nos parece que es perder el tiempo 

este sembrar en insegura espera. 

Y nos parece que es muy poco el grano

para la inmensidad de nuestras tierras. 


Y nos aplasta la desproporción

de tu mandato frente a nuestras fuerzas. 

Pero la fe nos hace comprender 

que estás a nuestro lado en la tarea. 


Y avanzamos sembrando por la noche

y por la niebla matinal. Profetas

pobres, pero confiados en que Tú

nos usas como humildes herramientas. 


Gloria a Tí, Padre bueno, que nos diste 

a tu Verbo, semilla verdadera, 

y por la Gracia de tu Santo Espíritu

la siembras con nosotros en la Iglesia. 

Amén.



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lunes, 11 de marzo de 2024

Crónica de la canonización de Mama Antula:


Tuve el privilegio de estar presente en Roma durante la misa de canonización de nuestra querida Mamá Antula, un evento lleno de gracia y emoción. Quiero compartirles algo de mi experiencia espiritual en esta breve crónica:

Llegué a la plaza muy temprano por la mañana y me encontré con una multitud diversa y alegre esperando para entrar a la Piazza San Pietro. La variedad de idiomas, carismas y vestimentas religiosas reflejaba la universalidad de nuestra iglesia. 

Pasado ese primer punto procedí a caminar hacia el templo, donde me indicaron por dónde debía entrar yo, según la entrada que tenía. Conforme seguí avanzando no podía creer que mi entrada se daba por el pasillo central en dirección al baldaquino. Menos aún podía creer cuando me dijeron que mi zona se encontraba a un del altar mayor, justo bajo la pintura de Mama Antula. Tan grande fue mi sorpresa, que una persona que se encontraba en la misma zona que yo, otro argentino, se reía de mi cara de sorpresa y alegría, alegando que él había puesto la misma cara y se había sentido de la misma manera cuando le indicaron donde habríamos de vivir la santa misa.


Como seminarista y artista me es imposible no destacar la hermosura de todo lo que se componía esa maravillosa experiencia que estaba viviendo: El canto de la invocación al Espíritu Santo cantado por un coro bellísimo, el aroma a incienso, la luz del sol que empezaba a entrar por las ventanas. Como si fuera una hermosa película, donde cada cuadro está totalmente buscado y cuidado en su belleza, todo reflejaba la hermosura de la sobriedad de nuestra liturgia romana en su máximo esplendor. Todo era oración, en todo estaba presente la gracia del Espíritu Santo.


Cada detalle de la liturgia resaltaba la belleza y sobriedad de nuestra tradición romana. Desde los dorados que reflejan la luz y la pureza, la blancura de las casullas y el colorido de la vestimenta de los guardias suizos, todo estaba cuidadosamente planeado. Los cinco sentidos hablaban de algo extremadamente Bello, Bueno y Verdadero. Recordé la vida de Mamá Antula, una mujer que dedicó su vida a llevar a otros hacia Dios. Su ejemplo de entrega y cuidado espiritual resonaba en cada momento de la ceremonia. Aquella mujer nacida en 1730 en Silipica, Santiago del Estero y fallecida en 1799 en Buenos Aires, era recordada por toda la iglesia universal. Aquella mujer que para hacer ese recorrido caminó descalza durante miles kilómetros a través de las salinas y bosques, interminables subidas y bajadas. Todo eso para fundar la Santa Casa de Ejercicios Espirituales. La belleza de los cuidados y la atención espiritual que nuestra querida Mama Antula supo dar a los suyos se espejaba en la belleza de tan esplendente liturgia.


El canto de las letanías de los santos nos recordaba la diversidad de carismas y estilos de santidad en la historia de la Iglesia. Letanías que en vez de volverse largas y pesadas, se volvieron una oración profunda e inspiradora. La fórmula de canonización pronunciada por el Papa Francisco fue un momento sumamente emotivo, especialmente al estar dándose todo sobre la capilla de los papas, simbolizando la continuidad de la fe a lo largo de los siglos. En el seno de lo más profundo de la iglesia era proclamada santa María Antonia de San José de Paz y Figueroa.

El resto de la misa fue ya con el corazón rebalsado: en la liturgia de la Palabra se notó la hermosura y universalidad de los idiomas que se fueron sucediendo las lecturas, incluida la lectura del Evangelio en griego, algo habitual en las misas papales que son solemnes en grado supremo. 

La liturgia de la eucaristía fue también magnífica: Cientos de sacerdotes presentes concelebrando. Obispos y cardenales, la iglesia entera celebraba la alegría de Cristo Resucitado y presente en el altar. Aunque la basílica estaba llena de gente,  el cuerpo de Cristo se nos repartió de manera solemne y dinámica.

Concluía la misa y en el aire se sentía una alegría y emoción que invitaba, y sigue invitando a seguir los pasos de Mama Antula, modelo de fervor y audacia apostólica.


            “ Le acompañaban algunas mujeres…”


A lo largo del camino y en algunos pasajes del Antiguo testamento, la Palabra nos ha mostrado el obrar de Dios en la vida de muchas mujeres como Sara y Ana, Noemí y Ruth, Esther y Judith. Pero en los evangelios, San Lucas nos dice en el capítulo 8 que a “Jesús le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades:  María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes”.

 Le acompañaban algunas mujeres que tuvieron un encuentro personal con Jesús. En el relato se cita a María Magdalena; mirarla a ella considerada apóstol de los apóstoles, a quien Jesús envía a anunciar a los discípulos que había resucitado, es poner la mirada en su historia de salvación. Es testimonio de la obra de la gracia que actúa en nuestra naturaleza y debilidad.  Una mujer reconocida como pecadora pública, la cual, postrada a sus pies demostró su amor a Jesús rompiendo el frasco de perfume, bañando con sus lágrimas los pies del Señor y por ese gesto le fueron perdonados sus numerosos pecados porque demostró mucho amor.


María Magdalena, mujer de una búsqueda perseverante. Ella amaba a Jesús, se sabía amada y perdonada, amiga del Señor a quién algunos Padres de la Iglesia la identifican con María de Betania, la que sentada a sus pies lo escuchaba, era esencial cuidar esa intimidad con el Amigo, por eso pudo percibir antes de la subida a Jerusalén que la Hora del Señor estaba cerca y ese gesto de ternura revela el corazón de toda mujer que sabe ser presencia en el dolor, consuelo, sostén y refugio. Mujer que sale de madrugada a buscar al Señor, por lo que esa fidelidad le valió el ser la primera en verlo Resucitado. 


A la luz de la palabra, hoy podemos rezar y agradecer el don de ser mujer.  Mujeres que siguen a Jesús, que lo sirven con sus bienes espirituales y materiales, pero al mismo tiempo mujeres que han experimentado la misericordia de Dios en su miseria, el perdón de los pecados, la salvación y liberación. Mujeres de una fe grande como la Cananea: “mujer, ¡qué grande es tu fe…!” (Mt 15, 28) Mujeres que fueron levantadas: “Talitá Kum”, “Muchacha, a ti te digo, ¡levántate!” ( Mc 5,28) como la hija de Jairo; mujeres sanadas en sus heridas más hondas, como la hemorroísa, que había gastado dinero en numerosos médicos y que con un acto de fe: “bastará tocar su manto”(Mc 5, 28)  quedó curada; mujeres que mendigan amor como la samaritana: “dame de beber”, ( Jn 4,15) y recibió un Agua Viva. Estas mujeres representan la situación de muchas mujeres que caminan siendo sal y luz en medio de lo cotidiano


La mujer por excelencia que supo acoger la Palabra que se encarnó en sus entrañas es María, nuestra madre, quien ha conocido el gozo de la Anunciación, la Encarnación y el Nacimiento de Jesús y al mismo tiempo supo de la angustia al huir a Egipto y al perder el Niño. Conoció el dolor de las partidas de su esposo, San José, y de Jesús en la cruz.


Madre, Mujer, Esposa y Discípula que acompaña el peregrinar de la Iglesia que con su oración y protección sigue cuidando y guiando la vida de sus hijos. Bajo su manto ponemos a todas las mujeres en este día y que Ella nos regale la fortaleza y la sabiduría para seguir a Jesús con disponibilidad de corazón para que Jesús pueda decir de cada una de nosotros:  “… todo el que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50)


                                           
                                                                                                     Autor: Víctor Grinenco